Era el más estúpido de todos. El canchero, tratando de ganar chicas. Pinta y labia tenía pero todo lo que hacía era tan obvio, que resultaba patético. Su caballito de batalla era la guitarra y alguna canción con aire de soñador y cantante de moda. Su voz le ayudaba. También sus ojos azules y esa mirada lánguida de galán de telenovela. -" Si pudiera ser tu héroe, si pudiera ser tu dios, que salvarte a tí mil veces, puede ser mi salvación "- me cantaba con aires de Enrique Iglesias. M e lo cantó a mi, pero también a Luciana, a Carolina, a Mariana, y a muchas que ni su nombre recuerdo, como creo que él tampoco. Superada la etapa liceal, todos marchamos a la capital, con vocaciones diferentes. La diáspora pueblerina que con suerte te reúne treinta años después pero que cierra la etapa adolescente, tan peliaguda y difícil, abría para mi el sueño de convertirme en sicóloga. A los veinte me enamoré de un compañero y compartimos dos años de carrera, pero despu
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